Solo otra historia más
Quién sepa vivir del amor que me enseñe.
Entre tanto ruido miro fijamente al papel. El bolígrafo sondea la hoja sin llegar a tocarla, describiendo números y letras, muchas minúsculas letras que no acaban de escribirse.
Es una mujer preciosa, tiene el pelo largo y castaño, los ojos grandes y marrones, comunes pero muy tiernos, su sonrisa es la más bonita que yo jamás haya visto, con sus perfectos dientes blancos, sus labios finos y colorados describen una figura perfecta y forman unos pequeños hoyuelos en sus mejillas, oh, sus mejillas, algún día fueron mi pasatiempo favorito, me encantaba ver como se sonrojaba cuando me oía decir lo bonita que es y lo mucho que le favorece ese tono encarnado en el rostro.
Nuestra historia fue efímera, pero me entregó las horas mas dulces de mi vida. Ella y yo, juntos en un cuarto de hotel, desnudos sobre una cama, no hace falta que os imaginéis el resto, os lo cuento ahora.
Os diré antes que sus pechos son pequeños y turgentes y sensibles, su vientre, plano y duro, sus piernas, largas y delgadas, antesala de dos perfectas nalgas, combinadas en un magnífico trasero, un lujo para las expectativas, satisfactorio en su totalidad, complaciente al detalle.
En su parte de delante, un finísimo sexo. Un coño pequeño, rosado y juguetón, lubricado al extremo, más húmedo que el más húmedo de los sueños. Del éxtasis y la pasión hasta las sabanas son testigo y las paredes de aquel cuarto aun recuerdan aquella noche.
Sin tiempo para el turismo, el itinerario fue sencillo, de la cama a la ducha y de la ducha a la cama, a ratos olvidábamos el romanticismo para dar paso a los instintos, a la carne y al sudor. El olor del sexo lo impregnaba todo, nos entregamos el uno al otro enteramente, sin límites, en todo nuestro ser, y el erotismo y la pasión aún brotan de mi pecho obligándome a recordar cada detalle, cada penetración, cada beso, cada pálpito, cada milímetro de su piel. Recuerdo bien cada postura y encajar mágicamente como dos piezas perfectamente talladas en un puzzle de únicamente dos piezas. Os aseguro que algunas personas se sentirían avergonzadas de saber todo lo que pasó en aquel cuarto y muchas otras padecerían celos y envidia.
Ninguno de vosotros se atrevería, si supiese lo que yo, a culparme por traerla de vuelta a mis pensamientos en mis noches solitarias.
Con todo esto, diré que no es una confesión, solo es otra historia más, vosotros decidís si se trata de realidad o ficción, yo solo puedo decir que fue sublime.
Entre tanto ruido miro fijamente al papel. El bolígrafo sondea la hoja sin llegar a tocarla, describiendo números y letras, muchas minúsculas letras que no acaban de escribirse.
Es una mujer preciosa, tiene el pelo largo y castaño, los ojos grandes y marrones, comunes pero muy tiernos, su sonrisa es la más bonita que yo jamás haya visto, con sus perfectos dientes blancos, sus labios finos y colorados describen una figura perfecta y forman unos pequeños hoyuelos en sus mejillas, oh, sus mejillas, algún día fueron mi pasatiempo favorito, me encantaba ver como se sonrojaba cuando me oía decir lo bonita que es y lo mucho que le favorece ese tono encarnado en el rostro.
Nuestra historia fue efímera, pero me entregó las horas mas dulces de mi vida. Ella y yo, juntos en un cuarto de hotel, desnudos sobre una cama, no hace falta que os imaginéis el resto, os lo cuento ahora.
Os diré antes que sus pechos son pequeños y turgentes y sensibles, su vientre, plano y duro, sus piernas, largas y delgadas, antesala de dos perfectas nalgas, combinadas en un magnífico trasero, un lujo para las expectativas, satisfactorio en su totalidad, complaciente al detalle.
En su parte de delante, un finísimo sexo. Un coño pequeño, rosado y juguetón, lubricado al extremo, más húmedo que el más húmedo de los sueños. Del éxtasis y la pasión hasta las sabanas son testigo y las paredes de aquel cuarto aun recuerdan aquella noche.
Sin tiempo para el turismo, el itinerario fue sencillo, de la cama a la ducha y de la ducha a la cama, a ratos olvidábamos el romanticismo para dar paso a los instintos, a la carne y al sudor. El olor del sexo lo impregnaba todo, nos entregamos el uno al otro enteramente, sin límites, en todo nuestro ser, y el erotismo y la pasión aún brotan de mi pecho obligándome a recordar cada detalle, cada penetración, cada beso, cada pálpito, cada milímetro de su piel. Recuerdo bien cada postura y encajar mágicamente como dos piezas perfectamente talladas en un puzzle de únicamente dos piezas. Os aseguro que algunas personas se sentirían avergonzadas de saber todo lo que pasó en aquel cuarto y muchas otras padecerían celos y envidia.
Ninguno de vosotros se atrevería, si supiese lo que yo, a culparme por traerla de vuelta a mis pensamientos en mis noches solitarias.
Con todo esto, diré que no es una confesión, solo es otra historia más, vosotros decidís si se trata de realidad o ficción, yo solo puedo decir que fue sublime.
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