Un café en el barrio de Malasaña

«Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva a verte, pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno y de este lápiz».
He conocido a una mujer maravillosa, de hermosas caderas, con pronunciadas curvas, una sonrisa que valdría la luna, blanca como la nieve y brillante como un diamante. De oreja a oreja, toda ella es perfecta, su voz clara y dulce, sus ojos grandes y verdes, divinos como un prado en la mañana al amanecer, humedecido por el rocío. Podría perderme en esos ojos, profundos como un pozo, tristes al llorar y tristes las mejillas al caer las lágrimas que rojos dejan esos hermosos ojos verdes.
Como un niño al ver las estrellas por primera vez caí rendido ante la evidente belleza de aquella mujer y con mis sueños bajo el brazo y con cuidado para no tropezar levanté la voz y en silencio prometí que algún día me casaría con ella. Tal vez me oyera porque tomó el ultimo sorbo de un té, se levantó y se fue.
Cabía esperar que todo hubiese sido una ilusión, que mi anhelo y mi deseo no se viesen jamás cumplidos. Cabía esperar que solo fuera un espectro, un fantasma o el espíritu malintencionado de algún agravio del pasado que hubiera venido a hostigarme en venganza por mi yo indolente y disoluto y ufano y pueril. Cabía esperar que nada fuera cierto y yo solo un crédulo enamoradizo con ínfulas de galán.
Pero así como salió, entró, sentose de nuevo en su silla y con un gesto casi imperativo, casi interrogativo, citó una nueva bebida que, con premura, fue servida.
Yo seguía observando, desde mi asiento, con la certeza de ser totalmente invisible, con la seguridad que da el anonimato. Envalentonado, maquinando, arguyendo una única forma de llamar su atención y de hacerla mía.
Tras minutos de pensarla, al fin lo vi claro, sabía exactamente lo que debía hacer, ya la había conquistado en mis pensamientos y era imposible que fallase, era un plan simple y brillante y me dispuse a ponerlo en práctica. Me levanté, fui hacia la barra, pagué mi cuenta y sin mirarla me largué, tomé mi ordenador y escribí sobre ella.
Ahora definitivamente ya es mía, y es imposible que se escape, todo está escrito y para mí, como lo era de Hemingway, ella es mía y todo el lugar es mío, el local, las sillas, la taza y el té, todo me pertenece y yo pertenezco a las letras y al teclado y ahora a vosotros. Soy todo mío y soy todo vuestro.

Nane Haboub
Un café en el barrio de Malasaña.

Comentarios

  1. Acabo de escribirte y metí el dedo donde no debía y me quedo con ganas de decirte muchas cosas.Me encanta como escribes y entiendo cómo piensas. Te deseo mucha suerte en el amor hijo.Te quiero

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