Un café en Mestres Goldar
Esa calurosa tarde, no podía dormir. El insomnio, extraño en jornada vespertina, no tenía razón aparente. Poseía un motivo que iba mucho más allá de causas comunes. Alguien había aparecido en su vida, en sus sueños, en su todo. La tranquilidad de los últimos meses le forzaba por las noches a un buen rato de hastío hasta que, finalmente, el cansancio mental se apoderaba de él. Un lapso en el que frecuentaba abstraerse en sus pensamientos.
Esta vez solo los invadió ella.
La imaginó a su lado como muchas otras veces lo había hecho. Formando una calma cómplice que no necesitaba de palabras para ser completa. La pensó también en su pasado, donde había alcanzado la cima de la felicidad. Esa por la que los más audaces luchan toda su vida. Sus ojos, azules como el cielo en un despertar estival, tenían un brillo singular cuando evocaba sus recuerdos. Un destello de sinceridad que solo se refleja en quien habla desde lo más profundo de su corazón. Describía lo que había vivido con una ilusión infatigable, haciéndole partícipe de todas sus aventuras. Sus experiencias conseguían provocar en él un cálido deseo de haber sido parte de ellas. Sin embargo, su desazón no se debía a todo lo que ella había sentido. Temía no ver como centelleaban sus ojos dibujando un presente junto a él.
Esta vez solo los invadió ella.
La imaginó a su lado como muchas otras veces lo había hecho. Formando una calma cómplice que no necesitaba de palabras para ser completa. La pensó también en su pasado, donde había alcanzado la cima de la felicidad. Esa por la que los más audaces luchan toda su vida. Sus ojos, azules como el cielo en un despertar estival, tenían un brillo singular cuando evocaba sus recuerdos. Un destello de sinceridad que solo se refleja en quien habla desde lo más profundo de su corazón. Describía lo que había vivido con una ilusión infatigable, haciéndole partícipe de todas sus aventuras. Sus experiencias conseguían provocar en él un cálido deseo de haber sido parte de ellas. Sin embargo, su desazón no se debía a todo lo que ella había sentido. Temía no ver como centelleaban sus ojos dibujando un presente junto a él.
Juan Davila
Un café en Mestres Goldar
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